Actualmente vivimos, quizás, la década perdida más brillante que ha tenido la humanidad en su historia, jóvenes que se preparan académicamente cada vez mejor, con ganas de conquistar el mundo, capaces de aportar a la construcción de una sociedad moderna a través de su poca o mucha experiencia laboral, pero con un sistema económico que les falla de manera feroz y lesivamente.
Venimos fallando los economistas durante más de tres décadas a través de complejos modelos econométricos, que cada vez se vuelven más raros y enredados en su estructura, pero que en la realidad no están aportando absolutamente nada para disminuir especialmente una variable que indiscutiblemente ha frenado el desarrollo y el crecimiento: el desempleo.
En Colombia, por ejemplo, la autoridad oficial estadística DANE, viene registrando un aumento progresivo en el índice de desempleados, el cuál para el mes de abril se ubicó en 10,3%, y realmente no es una noticia nueva, puesto que el desempleo ha sido un protagónico actor de nuestra economía durante las últimas décadas.
Basta con observar únicamente el periodo desde el año 2001 hasta la última estadística presentada por el DANE con corte a abril de 2019 –dato mensual-, para darnos cuenta que el desempleo jamás ha logrado bajar siquiera al 6%.
Gráfico N° 1. Histórico Mensual – Desempleo 2001 a 2019 en Colombia
Fuente: Gran Encuesta Integrada de Hogares GIEH. Departamento Administrativo Nacional de Estadística. Dane. Consultado el 24/06/2019
Realmente en una economía soñada e ideal, como las europeas, este indicador siquiera supera ese seis por ciento, es más están en promedio sobre el 3%. Vergüenza debería darnos a todos los economistas, a los formuladores de política pública, y a todos aquellos grandes analistas y pensadores de la sociedad moderna, que con su influencia están siendo determinantes para el desarrollo y el crecimiento de nuestro país.
Estamos fallándole de manera decisiva y rotunda a una generación que sale a un mercado laboral que los devora y los desecha de inmediato cuando no tienen experiencia laboral, o tienen demasiada preparación académica.
Una generación que se preocupa y se esfuerza mental, física y financieramente por continuar su ciclo de preparación académica, logrando especialización, maestría, doctorado y en algunos casos postdoctorado, para poder aportarle al desarrollo de un sistema económico que cada vez hace hasta lo imposible por dejarlos sin garantías de una pensión digna en su vejez.
Somos los economistas quiénes a través de sendos modelos de econometría, vacíos esquemas de política pública, y nulas soluciones reales para enfrentar al protagónico y brillante actor de nuestra economía, el desempleo, los que contribuimos de manera determinante a la situación que enfrenta el país.
Por ello mi columna es para todos aquellos que están estudiando la ciencia económica, y para todos los que ya tenemos culminados nuestros estudios en ésta ciencia humana, en especial a aquellos economistas a los que el diario “La República” destacó como los más consultados en Colombia, entre ellos, Juan Camilo Cárdenas, Marcela Eslava, Alejandro Gaviria, Leopoldo Fergusson, Miguel Urrutia, entre otros brillantes profesionales y amigos como Eduardo Lora Torres.
Y mi invitación a todos ellos, es a que replanteemos ese ego que nos genera el construir modelos econométricos complejos que nada han servido, a dejar de lado esa fea costumbre de desechar y minimizar la ciencia económica a simples modelos matemáticos y estadísticos, y que pensemos en soluciones reales, políticas públicas acertadas, y teoremas económicos teniendo en cuenta a la realidad y la humanidad como las partes más importantes.
Por ello, no puedo estar más de acuerdo con las palabras del actual Ministro de Comercio, Industria y Turismo, José Manuel Restrepo: “Lo más importante es entender que la ciencia económica no es una ciencia exacta, sino una social, que está al servicio de los seres humanos y al servicio de la sociedad”[1].
Producto de todo lo anterior, los conmino futuros y actuales economistas a que volvamos a creer en el sector rural como fuente de riqueza y crecimiento económico, dejando de lado el imaginario colectivo de que las soluciones se encuentran únicamente en las ciudades o lugares con alta densidad poblacional, y darle la oportunidad y el lugar que se merece el sector rural.
Venimos escuchando hace poco más de dos décadas que Colombia tiene todo el potencial para ser actor relevante en lo que muchos denominan la próxima despensa agroalimentaria del mundo, que será integrada por varios países de Latinoamérica, y que suplirá las necesidades de alimento para todos los habitantes del planeta.
Y no es un mito, es una realidad que parte de observar que tenemos extensos espacios de tierra fértil, en éste sentido la Unidad de Planificación Rural y Agropecuaria UPRA, identificó más de 26 millones de hectáreas con vocación agropecuaria de las cuales solo estamos haciendo uso de poco más de 7 millones, además, poseemos variados pisos térmicos que permiten el desarrollo de diferentes productos agrícolas, tenemos el talento humano de nuestros campesinos que por generaciones han desarrollado su destreza y conocimiento en el campo, y lo más importante, es que tenemos unas condiciones agrológicas, de pluviosidad, y otras características que nos permiten tener algunas ventajas comparativas.
No obstante, carecemos de modelos de desarrollo rural que potencialicen y saquen el máximo provecho que tenemos allá guardado y olvidado en los territorios rurales, por supuesto, esto sin desconocer que el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural MADR a través de su iniciativa de “Colombia Siembra” y actualmente con “Coseche, y venda a la fija” y por intermedio de sus entidades adscritas Agencia de Desarrollo Rural y Agencia Nacional de Tierras, vienen haciendo intentos por desarrollar una agenda de política pública en el campo.
Volver a creer en el campo colombiano, debería poder convertirse en una política pública de Estado, que conmine a pensar y ejecutar modelos de desarrollo que jalonen estos territorios de manera decidida y permanente en el largo plazo.
Indiscutiblemente, esto debe pasar de la mano de una inversión por parte del Estado que supere el promedio anual histórico de cerca de 2 billones aprox., y pase a una inversión de largo plazo, y con ello me refiero a los próximos veinte o treinta años, con un rubro anual que se encuentre entre los 6 – 8 billones de pesos como mínimo, que aumenten progresivamente conforme el campo vaya ganando protagonismo y decisión en el desarrollo y el crecimiento.
Igualmente, esa política pública debe buscar la manera estratégica de potencializar los territorios a partir de sus productos líderes, logrando crear alrededor de ellas centros de investigación, que con ciencia y tecnología innoven en sus semillas, formas de cultivar, la producción, y la generación de valor agregado de dichos productos, e incluso que nos permita elevar el estatus y las medidas fitosanitarias y demás regulaciones internacionales, al punto de lograr que la evolución nos lleve a ser referentes y líderes mundiales de esos productos, capaces incluso de ser los articuladores, creadores y productores de maquinaria y equipo para esos cultivos y productos.
Esto requiere además que, las carreteras terciarias adquieran nuevo protagonismo en la inversión estatal, y ellas logren salir de las trochas para convertirse en carreteras transitables que disminuyan costos a nuestros productores campesinos, disminuyan tiempo de transporte hasta las cabeceras municipales y principales ciudades, contribuyan al buen estado de los productos una vez lleguen al consumidor final, y que faciliten el aumento de la competitividad rural del país.
Igualmente, la estrategia debe complementarse con Centros de Producción y Transformación Agropecuaria, al que cualquier campesino de esos productos líderes en cada región, pueda acceder y allí darle valor agregado a su producto inicial. Es decir, a través de esquemas asociativos y/o de cooperativas, los productores rurales, acopien su producto y allí se pueda procesar y darle un valor agregado que aumente significativamente sus utilidades y por ende genere mayor rentabilidad y empleabilidad.
Con ello necesariamente hay que abrir y robustecer estrategias comerciales, que contribuyan al fortalecimiento continuo de nuevos esquemas de negociación, atracción de clientes nacionales y mundiales, y redes de comercio que sostengan la estrategia a largo plazo.
Finalmente, el propósito de largo plazo de una estrategia como la aquí abordada, apunta a que se trasladen hacia las demás regiones, que tengan esos mismos productos, esas lecciones aprendidas, los avances y hallazgos científicos, las innovaciones tecnológicas, y la optimización de procesos de siembra, cosecha y producción, con el ánimo de que se adquieran potencialidades que se traduzcan en el aumento de utilidades, la maximización de tiempos en los procesos, mejoren las condiciones salariales de los trabajadores del campo, aumente la dinámica de contratación y avancemos en tránsito de una economía tercermundista hacia una economía de primer orden.
Básicamente, es una estrategia similar a la planteada por los economistas japoneses Kaname Akamatsu y Saburo Okita, que dieron vida y forma al modelo de desarrollo “Ganko-Keitai”, o modelo de “Gansos Voladores”, en una Japón que se encontraba saliendo del tercer mundo, y que hoy está ubicada como un país desarrollado de primer mundo.
Nota: En una próxima
entrega, abordaré la situación que viven los desempleados del país, y
profundizaré en recomendaciones, tips y otros consejos sencillos, para poder
batallar esta compleja etapa que todos los colombianos vivimos o hemos vivido
en algún momento de nuestra vida.
[1] Palabras publicadas en reportaje del Diario La República. “Los economistas colombianos más consultados” p 14-15.