Todo parece indicar que el mes de junio de 2020, empezaremos una nueva etapa en el manejo de la pandemia, se trata de la llamada reactivación económica impulsada por el Gobierno Nacional, que busca reabrir de manera gradual y bajo protocolos de bioseguridad, aquellos sectores productivos considerados estratégicos para el desarrollo económico de la nación.
Esta decisión gubernamental, respaldada por los oligopolios y legitimada por las dificultades económicas que atraviesan millones de compatriotas, encarna una aparente contracción: pasamos de un drástico aislamiento cuando apenas surgían los primeros casos de COVID 19 en el país, pero ahora en pleno crecimiento de la pandemia, enviaremos a nuestros ciudadanos, trabajadores, emprendedores y comerciantes a las calles, con los riesgos sociales que ello implica.
La clave del asunto radica en tratar de comprender por qué saldremos a producir, laborar y estudiar, en momentos donde hemos sobrepasado la cifra de 21.000 contagios y nos acercamos a las 1000 víctimas fatales. A través de estas líneas, planteo al menos 3 razones que pueden despertar cierto grado de debate y discusión:
1) Desde un principio el Gobierno Nacional entendía que el aislamiento social no era la solución de fondo y buscaba ganar tiempo para fortalecer un sistema de salud moribundo y una red pública hospitalaria en cuidados intensivos, que no estaba ni logística, ni técnica ni presupuestalmente preparada para atender la pandemia.
2) La pandemia reveló la insoportable desigualdad del país: constituyendo una realidad que ha sigo profundizada desde la conducción política del Estado Central, maquillada por las frías estadísticas oficiales y cuya exposición pública y prolongada en el tiempo, no es de interés gubernamental:
Los niñ@s fueron enviados a estudiar virtualmente, pero carecían de las herramientas tecnológicas para lograrlo; nos encontramos con una clase media frágil y artificial, que vive endeudada para poder cumplir sus más elementales aspiraciones (estudiar, tener una vivienda digna, poseer un vehículo, viajar y garantizar su seguridad alimentaria), nos estrellamos con emprendedores y pequeños empresarios en saldos rojos y endeudados con los bancos para poder sobrevivir a una política económica, que descuida la producción nacional y privilegia la inversión extranjera.
3) Los recursos del Estado Central, no aguantaron para seguir asumiendo los costos socio económicos de la crisis (desempleo, ayudas humanitarias, desaceleración de la economía, afectaciones en la salud mental, entre otras), lo que puso en evidencia que no solo se trataba de un problema de insuficiencia en las arcas públicas, sino de los enormes huecos fiscales que ha dejado el despilfarro y la corrupción en el gobierno nacional.
De manera que las precarias condiciones en que vive el grueso de la población colombiana, pusieron al Estado y a la sociedad en un trágico dilema: ¿o nos morimos de hambre encerrados en las casas, esperando que reviente el negocio de las vacunas o salimos a trabajar asumiendo el riesgo de exponernos al contagio y/o la muerte, buscando el sustento diario?
Ante este difícil panorama, es importante que hoy, las acciones de la sociedad civil, estén enfocadas en frenar las políticas que se vienen fraguando a nivel nacional, encaminadas a la solidaridad el Estado hacia los más fuertes y la profundización de la inequidad.
Seguramente vienen medidas como: el apalancamiento financiero a las empresas foráneas y abandono al empresariado nacional, compra de alimentos a productores extranjeros en lugar del campesinado colombiano, exenciones tributarias a los banqueros y flexibilización laboral mediante suspensión del pago de las prestaciones sociales a los trabajadores.
Es claro que la pandemia nos ha mostrado una visión lúgubre del desarrollo y la política, que se soporta en una RAZÓN DE ESTADO OCULTA: la desigualdad es el precio de mantener el poder, y ello justifica la toma de decisiones con grandes riesgos sociales.
Tomando las palabras de George Orwell: “Aun hoy en un periodo de decadencia, el ser humano se encuentra mejor que hace unos cuantos siglos. Pero ninguna reforma ha conseguido acercase ni un milímetro a la igualdad humana. Ningún cambio histórico ha significado mucho más que un cambio en el nombre de sus amos”.
Por consiguiente y a modo de conclusión, siguen urgiendo las profundas transformaciones al sistema político y al modelo económico, como los objetivos colectivos y de interés general más relevantes de la humanidad.
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