Las redes sociales se han convertido en el perfecto escenario para apreciar todo tipo de cosas: desde una declaración de amor hasta un sentimiento de odio hacia una persona conocida o desconocida con mensajes subliminales que todos deben de saber para que estén enterados cuán grande ha sido su dolor y decepción que le ha causado esa persona. Pero también la alegría que alguna vez le hizo sentir. Asimismo, se ha convertido en un espacio de escenarios políticos donde conocedores y estudiados “doctos” de la materia dan sus puntos de vista acerca de la gestión de los mandatarios de turno, ora local, ora regional, ora nacional, y dan una larga lista de catálogos de opiniones que más de uno quedaría absorto ante ese manantial de conocimiento que ahoga la ignorancia del pueblo y lo nutre de sabiduría.
En los pasados comicios locales y regionales, como todos, hicieron sus apuestas a sus candidatos a la alcaldía, al concejo municipal o distrital, a la asamblea y a la gobernación de cada ciudad y departamento del país; y cual auténticos tahúres sacaron sus ases bajo la manga para que su candidato predilecto llegara a ocupar el primer cargo local y regional, y de esta manera tener 4 años asegurados con buena oportunidad de empleo y respaldar en toda su gestión al mandatario vencedor. No obstante, aquellos que resultaron vencidos porque su candidato no quedó como ganador, después de haberse rasgado la vestidura y arengando a viva voz su apoyo por el candidato – que no es nada malo, por cierto – demuestran un sentimiento de desconsuelo y congoja y recobran fuerzas y energía después de tan gran esfuerzo por participar en estas actividades políticas.
Pues bien, escuchaba desde que tengo uso de razón, desde la transición de mi infancia a la adolescencia la siguiente frase: “no se puede tener contento a todo el mundo”, y después de un tiempo para acá comprendí que así es. E incluso, tratándose en la política tener contento a todo ciudadano es una tarea sumamente difícil. Pero como todo en esta vida, creo que para tener contento a todo el mundo es la primera causa para el fracaso.
Ante la indignación de la llamada oposición, el descontento por la gestión del mandatario de turno consideran desde su punto de vista que no satisface los intereses de la comunidad; y por la calamidad pública por la que está pasando el país a causa del COVID – 19 consideran que no está dando todo el talante para poner en orden la administración de la ciudad. Por ello, para acabar con esos males que según ellos afectan los intereses de la ciudad y de la colectividad optan usar una herramienta jurídica y legítimamente constitucional denominada revocatoria de mandato.
No entraré a explicar en concreto en qué consiste este mecanismo constitucional, seguramente lo harán quienes liderarán este proyecto en aras de “tumbar” a los mandatarios de turno del primer cargo municipal o distrital; también para sentirse orgullosos y seguros de que como “representantes del pueblo” pueden llegar a darles una alternativa democrática a quienes carecen de la misma. En mi opinión, la revocatoria de mandato debe ser usada de manera justificada, elocuente, con base en pruebas fidedignas que pueda demostrar que, en efecto, los mandatarios locales o regionales no están cumpliendo con lo pactado en sus planes de gobierno, no para desestabilizar las instituciones públicas y dejar a la intemperie las necesidades básicas de la sociedad mediante un capricho del elector vencido en aras de obtener provecho propio vestido de ayuda humanitaria.
Así las cosas, la pregunta expresada en este espacio es: ¿a qué precio? ¿Cuál es el precio de la revocatoria de mandato? Ojalá que si en algún momento lo llegan a impulsar un grupo de personas reconocidas este mecanismo legítimo y constitucional puedan dar las razones verídicas que llene de convicciones a la ciudadanía; de lo contrario, en vez de quitar, hay que aportar.
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