El día que el país y la sociedad misma comprenda que dinero no reestablece, no repara, no reconstruye, ese día el mundo avanzará en humanidad. Es indiscutible la importancia del papel dinero para suplir las necesidades básicas y uno que otro gusto personal; es cierto que el dinero posibilita el disfrute y el ocio, pero no construye humanidad, no forma integridad, no estructura personalidades sanas y tampoco la plenitud del bienestar. Mejora condiciones sociales, estatus y por supuesto, se ha creído que con el dinero viene el poder, pero esto en una sociedad consumida por la corrupción, por las sectorizaciones y divisiones sociales que en vez de unir solo separa aún más, lo único a lo que contribuye es a abrir esas brechas en la sociedad, no construye nada positivo.
Por el dinero y el poder -que parecen ser sinónimos- se han masacrado, torturado, violentado comunidades enteras. Países desangrados por la violencia de toda índole a través de la historia y solo hasta que ya se han consumido y destruido los territorios, se empieza a hablar de la reparación de los daños, de restaurar el tejido social, de reconstruir nuevas tierras con un discurso de paz y bienestar comunitario como si fuese más sencillo construir algo desde las cenizas, desde la nada, en vez de hacerlo cuando se encuentra en el límite, en esa línea delgada donde aún hay un terreno para sembrar.
La historia no deja mentir y las diversas situaciones violentas por las que han pasado cientos de personas, al recordar algunos discursos de los actores involucrados, por ejemplo, las víctimas de la violencia sociopolítica en el país que han sido reparadas económicamente mencionan con frecuencia que a pesar del monto económico brindado por el estado, ha sido insuficiente en la reconstrucción de vida de cada una de ellas, refieren que no existe nada que sane realmente el vacío que sienten, mencionan además, que retornar a sus tierras es lo que siempre habían querido, pero al volver, y tener los recuerdos latentes, el miedo que carcome las entrañas, la ansiedad que genera el sentir que pueden ser desplazados nuevamente, coarta cualquier esperanza de nueva vida, rompe el discurso de paz y hace de la violencia y los rastros de ésta, un circulo eterno en las victimas.
Ahora bien, esa es solo una de las caras de la moneda, las personas en proceso de reincorporación, mencionan que en efecto, el gobierno ha brindado oportunidades en cada una de sus esferas -tal como lo ha intentado con las víctimas-: acompañamiento individual, familiar, ha contribuido y logrado la vinculación laboral y ha propiciado espacios comunitarios para el crecimiento y asimismo, la reincorporación a la vida civil, pero también refieren que ha sido un tránsito complejo, desvirtuar la imagen violenta y la historia que llevan a cuestas no ha sido fácil, por tanto, el relacionamiento y el retorno a la vida civil han sido marcados por el estigma, los señalamientos y el no perdón de los daños causados por parte de la sociedad en general, y con esto no se quiere decir, que se omita todo lo que hicieron, con esto se quiere invitar a la reflexión de que para hablar de perdón aun hace falta mucho sendero para caminar ¿cómo hablar de perdón, reconciliación, reconstrucción del tejido social, si no se es capaz de reconocer al otro, de brindar esas segundas oportunidades sin mantener un discurso hiriente, con doble sentido, irónico y de mofa hacia quienes intentan dar ese gran paso a la paz?
Por otra parte, estos tiempos de incertidumbre por los que atraviesa el mundo, han permitido conectar con las problemáticas sociales y han permitido generar mayor conciencia de lo que sucede alrededor de cada uno. Tal como se menciona en los ejemplos anteriores de las dos caras de los actores inmersos en la violencia sociopolítica por la que atravesó el país anteriormente -y aun atraviesa- y los discursos que ellos mantienen frente a la insatisfacción de la reparación económica, asimismo, se repite el discurso de aquellas victimas a las que le han asesinado a un familiar, secuestrado, y violado de manera aislada al conflicto armado.
Como sociedad se debe entender que cuando una familia reclama justicia y el esclarecimiento de los hechos, pide comprender las razones por las cuales el gobierno que debe velar por proteger y cuidar al pueblo, no lo logra. Reclaman que a pesar de las denuncias, de las llamadas insistentes a los entes protectores, no hubo un acompañamiento verdadero, reclaman que el esclarecimiento de los hechos y la rapidez con la que se resuelva el caso y haya justicia se encuentre limitado con el estatus que tenga la familia en la sociedad -si se es o no de una familia prestante- reclaman que incluso después de que se ha cometido el delito, lo único a lo que se limite es a dicha reparación económica, que termina convirtiéndose en un placebo, un distractor, mientras el dolor, la incertidumbre, la pesadez de la ausencia va deteriorando la vida, eso si se habla de asesinatos o desapariciones pero si se adentra en el tema de la violencia y el abuso sexual, todo cambia, la vida se vuelve inerte, vacía, melancólica, reducida a un monto de dinero, que termina yéndose en el pan diario pero no existe una verdadera reparación, la vida queda divida en un antes del suceso y un después del suceso. El dolor emocional no se puede minimizar a un valor monetario y, sin embargo, aún se cree que es el dinero el padre de todos, el sanador de todo mal y aquello que llena todos los vacíos que se puedan sentir en la vida.
Conocer la historia para no repetirla se ha vuelto una frase de vacía, la realidad es que, a pesar de conocer la historia, de reconocer que ese no es el camino, se insiste y se mantiene la esencia de la violencia, las barbaries y lo retrogrado de las épocas y de los procesos que incluso aun sabiendo que son insuficientes, se persiste en lo mismo. Ya no se cree de la misma manera en ese discurso de paz, reconciliación, reconstrucción pues la realidad muestra lo opuesto de ese discurso, el comportamiento de cada persona aún esta limitado a esa sed de venganza por el dolor, pero también por el miedo y la frustración.
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