PANDEMIA, UNA PAUSA OBLIGATORIA.

Lo que el covid-19 nos recordó, es que la construcción de la vida se da en torno a la muerte.  Una vida inmortal no perecedera sería la mayor de las tristezas, sería una llena de angustia, esa angustia que no es nada, que no conoce otra emoción, que no tiene consciencia del tiempo.  Estamos acá contemplando el tiempo perdido.

El coronavirus transformó este siglo con una pausa obligatoria, de esas pausas que no hacemos ni en el trabajo.  Parecía que una sienta a esta altura del mundo era un suicidio y lo que realmente encontramos es la fragilidad de la economía y el .

Esta pandemia nos ha mostrado el poder de la planificación, del pensamiento profundo, ha puesto en evidencia la improvisación de los gobiernos y la debilidad de la  afirmación  diaria de los “motivadores profesionales de redes sociales”: que nos animan  “a vivir el hoy, que mañana vemos”.

La Pandemia, ha mostrado lo injusto de las leyes del mercado, la desconexión de las instituciones con las necesidades de la gente, el amor  por el cortoplazismo y la ausencia de la  empatía.

Vivimos convencidos de que un beneficio individual y a cualquier costo, vale la pena, olvidando que el beneficio individual adquiere el mayor de los sentidos cuando contribuye al colectivo, los éxitos efímeros, voraces, inmediatos y mediáticos nos mantienen hoy   más desconectados que nunca. Y si hay un momento en la historia para recordar como detonante del cambio, sin duda, será este.

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