¿Cómo iniciar esta columna sin que suene pretencioso?, aunque pensándolo bien, ¿Qué problema hay con sonar pretencioso?, creería que desmeritar las pretensiones de manera singular es un problema, uno de tantos… pero bueno, no es lo que me conmina o motiva a escribir estas líneas, es más, estimo que el no querer sonar pretencioso es una complicación, una complicación de educación, que es en sí, es núcleo de lo que hoy quiero que lean. Sí, quiero, así posesivo y contundente.
Desde los inicios de mi razón, soy consciente de lo mucho que tengo que aprender conforme la vida va pasando, le he atribuido gran parte de mi desarrollo y del de los demás a cada atisbo de educación, aprehensión y crítica. Y aunque carezco de todos los insumos para abrir un debate íntegro sobre el gran problema de educación que afrontamos en distintas naciones del globo terráqueo, a mis inconformes 23 años puedo decir que TODO los innumerables problemas sociales, emocionales, económicos, culturales, entre otros, se deben y estriban en el vacío educacional y los distintos modelos inmediatos y poco efectivos que se han ido planteando conforme pasa el tiempo.
Hablar de educación no precisa solamente hablar de matemáticas, contabilidad, física o química, es más, me atrevería a decir que ni siquiera son protagonistas de la misma, creería que su trasfondo nace desde la construcción de sociedad de mano con las humanidades, sí, humanidades, evocando a la humanidad y su crecimiento. Valuaría incluso que tiene que ver muchísimo con lo que consumimos y producimos, una frustración y desmoralización generacional, que, aunque suene tajante, ha estado pudriendo el corazón y la mente de nuestro entorno.
Y es que he observado, que herramientas maravillosamente peligrosas y benignas como la Televisión, las tecnologías de la información y de la comunicación, las redes sociales, han reflejado el estado de lo que día a día nos convertimos, ignorando unas cosas y desviviéndonos por otras, “porque si hay algo peor que no saber, es no querer saber” una frase que aunque no me cambió la vida, me ayudó de manera inusitada a meter mis narices en todo, no a escudriñar, si no a interesarme a lo que a mi criterio era y es importante.
Recuerdo que muchas veces abría los ojos en las mañanas a leer noticias constantes de suicidios, corrupciones, injusticias, y sólo evocaba repetidamente que eso eran hijos y consecuencias de la mamá ignorancia y del papá desinterés, sumado a eso, la constante producción de mierda disfrazada de arte y amor, me mostraba a mi mismo de lo poco que estamos preparados para consumir en medio del peligro y la basura.
He sido amante de la música desde siempre, en mi condición de bailarín es mi mayor musa, y de cierta manera es lo que en casi todas las ocasiones me ha ayudado a sobrellevar y soportar la vida. No quiero caer en el cliché de criticar otros estilos musicales diferentes a los que yo considero de calidad, pero diría que el reggaetón es irónicamente uno de los géneros más escuchados y que influyen actualmente, y aunque ha ido conquistando el mundo, he estimado un contenido poco meritorio, “Sus letras son muy simples y de una ínfima calidad poética. Sus mensajes son denigrantes y deshonrosos y promueven una forma muy poco sana de comprender el mundo y las relaciones humanas” leí una vez por allí.
Desde sus letras denotando machismo, clasismo y cosificación, hasta la sensación colectiva pornográfica de su resultado. Aunque quizá sean cosas que muchos perciben, el perpetuo consumo de ello, deja en evidencia la ausencia de educación: El reggaetón no es un hecho, es una consecuencia, que ha servido de distractor para hitos de suma atención y factores que año tras año pasan factura materializándose en lo poco competentes que podemos llegar a ser, de lo débiles y cobardes que somos ante la vida, sumado a ello, el daño tan putrefacto que se impregna en las mentes jóvenes, estrenadas por el morbo, y direccionadas por las tendencias… dejando como resultado una generación débil, que además de tener la lucha constante de transición de costumbres, que aún lucha contra la homofobia, el racismo, el machismo, una generación embriagada de felicidad un sábado en la noche, pero con resaca desbordada de tristeza un domingo en la mañana. Sí, hago parte de esa generación débil, y que aún no teniendo suficiente, debe batallar con eso y otro millón de problemas disfrazado de banalidades y nimiedades.
Después de todo sí quise ser pretencioso, pero no desde lo soberbio, si no desde lo consciente y un poco harto, justo hace unos días reflexionaba sobre el posible desenlace de todas estas coyunturas, y lo que me dio muchísimo terror fue en la posibilidad de que no hubiese uno, una constante repetición de bestialidades, un disfuncional empeño a abolir a la rosa y no a la raíz, y en dónde claramente concluyo en que nada de esto sería culpa del reggaetón, si no un monstruo silencioso: La educación.
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