La moza, esa persona que en algún momento de la vida llega al hogar de las familias a desestabilizar todo. Esta columna está inspirada en la historia de alguien cercano, y decidí escribirla porque quiero, puedo y no me da miedo.
Bueno la historia comienza así, una familia como cualquier otra con los problemas del día a día, pero siempre puestos a mejorar, la señora por querer ser un poco comedida optaba por evitar al máximo los gastos innecesarios, como salir a comer los domingos, por ejemplo. Luego de un tiempo y por situaciones en las que no voy a entrar en detalle, se separaron.
Como decía mi abuela, nadie sabe para quién trabaja, a la señora que llamaremos “Rosita”, pensaba más en el bolsillo de su esposo que en salir a almorzar un domingo mientras que con la mujer que el señor tiene ahora, se la pasan comiendo en la calle. Entonces, ¿por qué ahorrarle la plata al marido? ¿Para que se lo vaya a gastar con la moza?
Dentro de todo este drama quiero dar mi humilde opinión y es, ¡sean la moza!, no le ahorren a sus maridos porque luego van y se lo gastan con otra. Que saliditas a comer, que vamos a cine, que una blusita, que almuerzo los domingos en restaurantes campestres, en fin, hay infinidad de planes que se pueden hacer para que el marido se gaste la platica con usted y no con la moza. Y ojo, con esto no quiero decir que ahora vayan y se metan con el marido ajeno, hagan que el suyo gaste con ustedes.
“Las opiniones vertidas en esta sección son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de Dígame”
Le puede interesar: El lenguaje incluyente no es para la gente