La abuela que calentaba el planeta

De pie con sus manos apoyadas sobre una vieja escoba, miraba fijamente la hoguera que ardía con las hojas que un centenario árbol de caucho había desgajado sobre la vereda. El humo gris que salía de la fogata se convertía en copos nevados que ascendían al firmamento. Una densa humareda invadía el ambiente, cuando la fogata agonizaba, la atizaba de manera estoica. Era una octogenaria mujer, vestía sencillamente, faldón y blusa, calzaba rústicas alpargatas y una pañoleta le surcaba la cabeza. Verla, daba la sensación de estar frente a una de las pinturas de Millet. Al frente de donde sucedía ese ritual pirómano, varias personas permanecíamos sentados alrededor de una mesa: un camionero, un ingeniero civil y otro hombre de rostro huesudo que minutos antes había descendido de una tractomula, este le había levantado el capó dejando al descubierto un sediento motor que despedía un vaho sofocante, un lugareño le calmaba la sed vertiéndole agua a las fauces de ese gigante parecido a un monstruo prehistórico, luego con un pequeño garrote golpeaba sus pezuñas para medir la densidad del aire.

Los que estábamos en el improvisado convite mirábamos a la anciana seguir avivando la llamarada. Con una pequeña cuchara revolvíamos en silencio lo que había al interior de una pequeña jarra fabricada en aluminio parecida a las que usan lo militares en campaña, dichos recipientes contenían “mazamorra” hecha a base de maíz, era un delicioso placer verterle migajas de panela que el dueño del establecimiento, un hombre silencioso acodado sobre un mostrador nos había puesto. En otro cobertizo había varias personas al parecer del interior del país, por sus mejillas incendiadas y su afán y agonía en llegar al mar, uno de ellos interpretaba un saxo de donde brotaba una celestial melodía, un villancico que rezaba que hacia Belén iba una burra. Se me había olvidado que era navidad. El mes más lindo del año, era un gozo escuchar esa melodía bajo el infernal calor que caía como plomo ardiente. Venía viajando por tierra, ya que fue imposible conseguir tiquete en avión, por la premura del tiempo consulté las pocas aerolíneas que existen en este platanal y los precios eran un escándalo.

Me hice la pregunta obligada de cualquier mortal en épocas de vacaciones: ¿Quién controla a estas aerolíneas que actúan sin Dios ni ley, abusando sin ningún remordimiento de los usuarios? Un amigo me sugirió que le hiciera vigilia a una de esas páginas donde podría conseguir tiquetes más cómodos, lo que encontré fueron los repetitivos banners de publicidad, que terminan haciendo el efecto contrario: odiarlos. Estando en esa infernal carretera me telefoneó el amigo preguntándome si había logrado abordar y me compartía varias fotos donde posaba en una playa del caribe, que no era tan paradisiaca, en esa postal mostraba miríadas de seres humanos metidos en las olas de ese océano. Siguió relatando el infortunio que le tocó vivir en ese vuelo que duró más de una hora, con aventura perruna incluida, en el pasillo iban más de diez  canes enormes que dificultaban el tránsito normal en el avión, mi amigo que sufre de una leve incontinencia urinaria le tocó literalmente mearse en los pantalones.

Los que estábamos en ese improvisado ágape sobre la lustrosa carretera, éramos sobrevivientes o habíamos participado horas antes de un libreto sacado de la película Mad Max o furia en la carretera en una de las peores vías de Colombia llamada la ruta del sol que va desde puerto Salgar hasta Santa Marta. Horas antes, tractomulas, vehículos de carga, automóviles trataban de abrirse paso en medio del reventado asfalto, en una odisea del sálvese quien pueda por adelantar al otro y no coger un cráter de esos. El ingeniero quien se dirigía al caribe colombiano con su familia, el camionero que conducía su carga de carbón para ser embarcados rumbo a contaminar al viejo continente y, el hombre de rostro cadavérico que no se integró al improvisado convite, jamás supimos hacia dónde se dirigía, la verdad nos era indiferente por el sopor intenso que nos agobiaba. Esa vía hoy convertida en trampa mortal, saturada de huecos y cráteres parecida a la superficie lunar ha causado un indeterminado número de accidentes con personas fallecidas. Con peajes tan costosos que nos invitaban a cada momento a la desobediencia civil. Una de esas taquilleras sin mirar me susurró como en una pesadilla. “Que tenga un feliz viaje”. Dicha carretera o adefesio fue construida con lo que sobró de la plata de los sobornos y el mega chanchullo de algunos políticos corruptos colombianos con odebrecht.

El camionero, hombre de abultado vientre, levantándose de la silla tronó:  – “abuela deje de joder con eso que nos está asfixiando con ese humo, está calentando el planeta”. La octogenaria volvió la mirada y nos escrutó a todos desde la distancia, cesó de atizar la llamarada y murmuró: “Y porque no les dicen nada a los sinvergüenzas que calientan el planeta con los gases de efecto invernadero, a esos si no les dicen una mierda, yo lo que hago aquí es quemar unas cuantas hojas”.  Con las manos en jarra prosiguió desafiante con una rabia contenida de años: “y a esos pícaros que se robaron esta carretera hoy convertida en trocha, a esos no les pasó un carajo, ahí en ese cruce ha habido varios accidentes”,- mostraba un reluciente asfalto tapizado de huecos- . Tomando su herramienta pirómana se esfumó por una estrecha puerta que conducía a un pequeño cubículo al parecer una cocina, ya que se escuchó el goteo de agua que salía de un grifo acompañado del tintineo de loza. Hubo un silencio largo, triste en la mesa donde estábamos. La familia del ingeniero se desperezaba y caminaban hacía unos baños inmundos que estaban a la orilla de esa carretera. El hombre de rostro huesudo que se subía al tractocamión por primera vez lo escuchamos hablar cuando se despachó con improperios y maldiciones en contra de Marcelo Odebrecht y su camarilla de políticos corruptos y sinvergüenzas.

*Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018- 2019- 2022.

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