En el Magdalena Medio, una zona conocida, por altos índices de violencia, disputa entre grupos al margen de la Ley, minería ilegal, cultivo de grandes extensiones de coca y ausencia del estado, se reviven las casas o internados estudiantiles como alternativa para arrebatarle niños a la guerra y darles a través de la educación una oportunidad de vida.
En el 2006, mientras se llevaba a cabo la desmovilización de los paramilitares a nivel nacional, nace en el corregimiento de Monterrey, perteneciente a Simití, Sur de Bolívar, el internado estudiantil, Sol de Esperanza, liderado por los profesores y la comunidad.
Cecilia Córdoba, fundadora y con 22 años en el territorio, lo describe como un internado de aspecto incluyente para aquellos niños que no tienen acceso a la educación, pertenecientes en su mayoría a zonas rurales y quienes viven expuestas al reclutamiento forzado, al estar en medio de diferentes grupos al margen de la ley.
José Orlando Rodríguez, lleva 4 años en el internado, desde sus 8 años, junto con su hermano, iniciaron tercero de primaria y hoy en día están por terminar noveno.
Según describe, fue una decisión familiar, su madre al tener diferentes trabajos, no podía cuidarlos, así mismo, las distancias entre su hogar hasta el centro educativo eran extensas y de difícil acceso, sumado a que solo había hasta primaria.
“He aprendido a valorar las cosas, ha sido duro apartarme de mi mamá y continuar una nueva vida, es otra forma de vivir” José Orlando Rodríguez
El internado, les abre la puerta a niños y niñas desde los 6 años de edad, dispone de dos casas, 1 propia, adquirida con aportes de diferentes instituciones, entre ellos el Programa Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, en donde conviven los varones, y 1 en arriendo, dispuesta para las mujeres.
Esta institución es el segundo hogar de los menores, allí, duermen, comen y conviven.
Su rutina inicia a las 4 de la mañana, la hora del baño es la más tediosa, puesto que, cada casa cuenta con 3 baños, dispuestos para 32 mujeres y 38 hombres. El desayuno, es proporcionado por las señoras de la cocina, y de ahí inician su jornada escolar, en la Institución Educativa de Monterrey, salen, almuerzan, realizan sus tareas, los quehaceres del hogar, un espacio de esparcimiento y a las 9 pm, ya todos deben estar en la cama.
José Orlando, cursa 9 grado con otros 42 estudiantes, y así como tiene que lidiar con los problemas propios de la edad, debe asumir los prejuicios de sus compañeros, respecto a su condición en el internado.
“A veces juzgan a los del internado, porque nos dicen que no tenemos familia, nosotros tratamos de ignorarlo, tenemos que sobrellevar eso y tratar de salir adelante” José Orlando
Las visitas a los hogares, dependen del comportamiento y rendimiento del menor, así como la disponibilidad económica para el transporte de sus familiares.
“Yo veo a mi familia cada mes, mi madre cocina en las minas y mi padrastro trabaja allí, cada tres años veo a mi padre, que trabaja en una finca, en Wilches” José Orlando
Cuando termine el colegio, José Orlando tiene pensado trabajar e iniciar su carrera, sueña con ser un ingeniero industrial.
En el internado, conviven niños y niñas que han tenido que pasar por hechos de violencia
“Aquí tenemos niños que les han matado a sus padres, hermanos, sus líderes y aquí les enseñamos a asumir su vida en el perdón y en la paz”. Explica Cecilia Córdoba, Rectora de la Institución.
En los 13 años de funcionamiento le han arrebatado a la guerra, más de 500 niños, muchos de ellos, por su rendimiento académico, han podido acceder a la universidad a través de becas.
“Es una oportunidad que se le da a los estudiantes del campo para que puedan acceder a la educación, básica primaria, secundaria y media, que de otra manera, terminarían en las filas de la guerra, vendiendo su cuerpo y sin ninguna oportunidad de desarrollo, esta iniciativa le apunta a la paz del país, educar a los niños y así evitar personas en la guerra”
Cada grupo de menores, están a cargo de los “Ciudadores”, quienes procuran por la orientación, la atención, el acompañamiento, generan afecto, confianza, cuidado, les ayudan a resolver sus problemas, sobre todo a los que están en etapa adolescente.
“Hay poco espacio para uno como cuidador, se trabajan 31 días al mes, 24 horas diarias, hay que entregar tiempo completo, pero este esfuerzo se ve recompensado cuando se le cambia la vida a muchos jóvenes” *Miguel, cuidador de los varones.
Por su parte Eliecer Rolo, Vereda el Progreso, padre de Dairon Jesid Rolon Gonzales, uno de los menores que hacen parte de la institución, indica que los motivos para vincular a su hijo a la institución radican en la distancia de su casa a centro educativo y al limitado acceso en tiempo de invierno, afirma que “el internado es una oportunidad para que pueda terminar el bachillerato y si tienen un buen puntaje pueda pensar en ir a la universidad”
Dairon Jesid Rolon Gonzales, Lleva 2 años en el internado, aunque no ha sido fácil, afirma que se aprende.
“Era muy difícil hacer la travesía de la casa a la escuela, si llovía no podía ir”
En la institución procuran por desarrollar granjas integrales y proyectos pedagógicos productivos, en agroecología, técnicas agropecuarios, que los validan para la vida en el campo y oficios para la generación de ingresos.
“Uno aquí también aprende a rebuscársela, yo aprendí a hacer tejer mochilas en un curso que nos dieron y ahora las vendo” Dairon Jesid Rolon
En corregimiento de Monterrey como en todo el Magdalena Medio se vive una realidad paradójica, siendo rica en fuentes de agua, no cuente con acueductos y alcantarillados rurales. Teniendo bosques, no cuente con viviendas dignas, y extrayendo oro, no tiene una población con las necesidades básicas satisfechas.
Simití, según el Dane, tiene una población de 21.250, la mitad perteneciente a la población rural.
Hace parte de los municipios priorizados para la implementación del acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera firmado el 24 de noviembre de 2016 entre el Estado Colombiano y las FARC – EP, por ser un municipio con precaria institucionalidad, altos índices de pobreza, violencia y presencia de cultivos de uso ilícito.
EDUCACIÓN | Cobertura neta | |||
Preescolar | Primaria | Secundaria | Educación media | |
Simití | 49,6% | 67,7% | 48,2% | 20,4% |
Fuente: Terridata 2018
La tasa de cobertura neta por nivel educativo es baja, en el sector rural por ser zonas de población dispersa y ubicada lejos de las cabeceras urbanas no hay atención a la primera infancia rural, y la educación básica es precaria, los docentes son insuficientes y la formación disciplinar y las áreas que enseñan a veces no son coherentes, a esto se suma que la cobertura educativa en la media no alcanza al 30% de la población, aumentando las brechas entre lo urbano y lo rural, y limitando a la generación de condiciones de vida con dignidad para toda la población.
Las casas estudiantiles o internados nacen con la pretensión de generar ambientes seguros, acceso al derecho a la educación y a contrarrestar formas de violencia, abuso sexual, y otras formas de explotación ejercidas en sus entornos familiares, comunitarios y sociales, todo esto para contribuir a la prevención del reclutamiento forzado por parte de todos los actores armados que hacen presencia en el territorio.
Sol de esperanza en Monterrey, fue el inicio para los internados o casa estudiantes en el Sur de Bolívar, con esta misma dinámica, se han creado 2 más, ubicados en la vereda de San Francisco en Santa Rosa del Sur y la vereda de Pozo azul en San Pablo.