El concepto en sí es subjetivo y sumergido en condiciones relativas al tiempo, a la edad, a valores, a la educación y la formación moral.
Durante los años de infancia quizás el éxito lo describíamos de acuerdo al tamaño del juguete que nuestros padres nos regalaban un 24 de diciembre, o lo robusta y brillante de una bicicleta, envidia de los amigos de la cuadra; quizás más tarde cuando éramos víctimas de los azotes hormonales, el éxito lo mediamos en el número de besos del sexo opuesto.
Poco a poco las metas académicas se convirtieron sin darnos cuenta en nuestra prioridad, recorriendo largos caminos que ni sentimos al pasar el tiempo. Cada logro nos llenaba de inmensa alegría y satisfacción por el deber cumplido; particularmente un acto de honestidad y respeto hacia nuestros padres quienes depositaban en nosotros toda la confianza.
El éxito lo mediamos en notas, en diplomas y felicitaciones de nuestros maestros; de la misma forma quienes adoptaban al deporte como su reto más importante, concebían el éxito enmarcado en su desarrollo físico de manera competitiva.
Después de la etapa académica formal vendría el posicionamiento dentro de la economía de nuestro país, ya como profesionales, ejerciendo cabalmente, buscando una estabilidad económica y afectiva que nos diera la tranquilidad y la satisfacción del deber ser.
En nuestro país verdaderamente es un éxito lograr alcanzar un puesto laboral, lo cual en los tiempos actuales es por demás un auténtico privilegio.
Tiempo después vendrían los hijos, ese retoño que emana de nuestros más profundos sentimientos, y nos invaden todo tipo de temores al ver por primera vez esa frágil vida que llora en su primer hálito.
Es un éxito la preciosa oportunidad de verlos crecer sanos, jugar con ellos, contarles historias y llegar a casa por un abrazo que nos recarga. No hay dinero en el mundo que pueda costear eso.
Es en esa época cuando nuestra visión de éxito comienza a dirigirse hacia el éxito de ellos. Nos sentimos orgullosos cuando nos informan sus logros en el colegio o cuando dejan ver sus talentos en el deporte o el arte. La vida plena, formando caracteres, dándole una estructura individual a cada uno para enfrentar sus caminos.
La seguridad de haber dado las bases de una educación en la casa, con valores, les da el material necesario para integrarse con buenas costumbres a una sociedad diversa, desbordada en procesos de competencia que elimina a los más débiles. Sin embargo, ya a esas alturas es poco lo que podemos hacer los padres en su acompañamiento. Ellos mismos tendrán más tarde la oportunidad de elegir por sí mismos, los caminos y formarse en la búsqueda de sus ilusiones individuales.
Verlos exitosos, será también motivo de éxito para nosotros como padres. Nos sentiremos orgullosos de haber cumplido con prepararles un camino con buenos cimientos que no sean perturbados por la aventura de una existencia, no exenta esta de algunos sufrimientos y una que otra dificultad, pero al fin y al cabo esa será la esencia misma a lo largo de todo el recorrido.
El éxito para los jóvenes
Sin embargo, veo con preocupación el concepto de éxito de los jóvenes de hoy, quienes cada día están más cautivos dentro de la burbuja de las redes sociales donde se encumbran valores superfluos; y donde la autoestima se destruye paulatinamente al no aceptar el verdadero yo individual, incomparable e irrepetible. La propia vida de cada uno, no la de los ideales que imponen patrones errados provenientes de ídolos de arena.
Vivimos en una época donde el ego se alimenta en número de “me gusta” y comentarios positivos de aceptación dentro de una sociedad cada día más sumergida en principios de dudosa idoneidad.
Hoy las personas tienen miles de contactos, pero pocos tienen amigos de verdad; hemos perdido la capacidad de sentarnos en una mesa a disfrutar de una cena sin los distractores teléfonos, que se han convertido en unas pequeñas cajas individuales de contenido de entretenimiento disponibles las 24 horas del día, con el peligro de convertir nuestra dependencia en niveles adictivos desde que nos despertamos hasta que cerramos los ojos cada noche.
Las personas no se dan cuenta pero los están usando como producto para los anunciantes en las plataformas de redes sociales y las venden sin ni siquiera saberlo, sin recibir nada a cambio a excepción de juegos y aplicaciones gratuitas que los divierten. Hay que enterarse que nada es gratuito y por más inocente que parezca siempre unos individuos se estarán haciendo multimillonarios gracias a todos los que estamos en esta comunidad donde algoritmos muy bien establecidos, nos dirigen hacia segmentos de interés de mercado.
Estamos encerrados en una burbuja donde nos vigilan y hay personas que pagan por eso. Conocen nuestros deseos, nuestras elecciones y nuestros sueños. Saben lo que esperamos ver y sentir. Si los jóvenes de hoy tuvieran más presente esta situación seguramente venderían de otra forma su intimidad o en el mejor de los casos no la venderían por nada del mundo.
Es así entonces que el éxito lo debemos medir en sonrisas, besos, abrazos de nuestras familias, de nuestros verdaderos amigos, los de carne y hueso, y en la infinita maravilla de contemplar con nuestros ojos y con todos nuestros sentidos la inmensidad de la vida que nos rodea palmo a palmo, respirando con libertad al lado de toda la naturaleza, que nos hace ver cada día cuan valioso es aprovechar a manos llenas la oportunidad de seguir viviendo.
Ojalá que el tiempo de confinamiento en esta pandemia nos sirva también para repensar las cosas y darle el valor a lo que realmente corresponde, si ya sabemos que podemos prescindir de otras que antes ni en sueños veíamos fuera de nuestro alcance. El verdadero éxito en la vida no nos exige demasiado de afuera pero si de adentro.
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