Emigrar: El desplazamiento que es no forzoso ni violento en Colombia

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Colombia, un hermoso vividero, rico y acogedor, con diversidad y calidez, con rica comida para saciar mi hambre, con talentosos cantantes para bendecir mis oídos, con increíbles bailarines para enaltecer mi alma, con imponentes y sublimes montañas, sabanas, llanos, ríos, la transparencia de sus mares; y el verde sus valles que encumbran mi vista.

Lleno de colores, sonrisas, y emociones, con la calidez de su acordeón, la seducción de la tambora, la picardía de sus maracas. Bienaventurado el colombiano que si ama el frío viaja a Bogotá o Tunja, o que si por el contrario prefiere el calor puede ir a la bella hija del Sol, Barrancabermeja, o quizá también a la costa y todo lo exótico que esta posee. ¡Enhorabuena nacer en Colombia! ¿quién se iría de ahí? Yo, y otros 2.869.032 colombianos, es decir, el 5,89% de la población.

Ubicando a Colombia en el puesto 85 de los 195 del ranking de emigrantes según la Organización de Naciones Unidas ONU.

Curiosamente, recuerdo mucho que en octavo grado, cuando era orgullosamente Galleguista, la maestra de Español asociaba el triunfo y el progreso con el salir del país;  luego mi madre y familiares con su frase célebre y motivadora “Estudie para que salga de este platanal”. Y ni hablar de las redes sociales que estallaban en felicitaciones y buenos deseos cuando algún amigo, compañero o allegado manifestaba su salida del país publicando fotos con el pasaporte en la mano y el tiquete de avión en El Dorado con #elLímiteeselcielo #LostiemposdeDiossonperfectos, #Bendecidoyafortunado; entre otras descripciones bizarras.

Era una idea que se fue alimentando, porque a pesar de la virtuosa tierra en la que me encontraba, el panorama político, educativo y económico, me escribía en la mente en letras rojas “Vete; y aunque quizá lo veía como hecho aislado, en Colombia existía gente que estaba haciendo todo lo posible por irse de allí, como fue el lamentable caso de Juan Carlos Rivera, el bogotano que murió en febrero de este año, cruzando a la frontera de México con EE.UU, dejando una familia entera atrás; o de aquellos universitarios que estudian con la fórmula mental de graduarte + ahorrar =irse, etc. Todo ello me hacía cuestionar; Cómo una tierra que promete tanto, tan rica que incluso con el robo y desangre de su cuerpo político y que aun así no ha quebrado, ¿sea el mismo lugar del que la gente sólo quiere emigrar?

Cómo una tierra que promete tanto, tan rica que incluso con el robo y desangre de su cuerpo político y que aun así no ha quebrado, ¿sea el mismo lugar del que la gente sólo quiere emigrar?

Añadido a eso me es muy particular que la ciudad que me vio nacer, tenga como eslogan “Barrancabermeja lo tiene todo”, el lugar en el que no podía salir con libertad, si no con el sentimiento invasivo de la zozobra de un robo; y si era poco afortunado, te llevas el combo completo de robo+muerte.

Incluso que no pudiese acudir a un centro de salud porque recuerdo que generalmente empeoraban su estado o en el descaro del caso morían por no contar con afiliación a la EPS, etc. Sumado a eso los meses perdidos sin clase por los paros estudiantiles debido la precariedad del sistema de educación y sólo pensé en si en realidad lo teníamos todo.

Y aunque un poco indignado y colérico, me hacía la idea en que las cosas cambian, y que al igual que yo, muchos barramejos les hace ilusión que esos 1.154 km2, tendrán mucho más por ofrecer, que Colombia se pueda convertir el lugar del que nadie se quiera ir.

La historia nos muestra líneas de sangre por el desplazamiento forzoso y violento por la guerra;  pero también sé, que como yo, muchos inmigrantes tenemos la percepción de que la realidad colombiana, de manera peligrosamente silenciosa y pasiva, te aburre, te impotencia y te llena de miedo; dando como resultado un desplazamiento que no es forzoso ni violento, pero que muy sutilmente deja la invitación bajo tu puerta.

El inmigrante Colombiano además de ser valiente, posee una resiliencia del tamaño del Cristo Petrolero.

Hoy con certeza digo, que el inmigrante Colombiano además de ser valiente, posee una resiliencia del tamaño del Cristo Petrolero; porque a pesar de lo privilegiado que te vean desde tu hogar por estar fuera, estando lejos de casa hace frío y hambre; se deja atrás una vida, una familia, unos amigos, una carrera, un camino hecho y que demanda ser iniciado en otro lugar; y se llega a la reflexión de que incluso adquiriendo permiso de trabajo, permiso de estudios; y nacionalidad extranjera, fuera de Colombia siempre seré un inmigrante, fuera de tu hogar, serás el extraño que se debe enculturizar y adaptarse a las políticas y cambios de una nueva casa.

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