El que brilla en la oscuridad

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, como dijo Neruda, sin embargo, aún recuerdo su aroma, la rigidez y grosura de su piel en unas piernas flacas, manchadas y de aspecto cadavérico. También escucho su voz, tan tenue, quedita, como pidiendo permiso al viento para irrumpirlo. Las cuencas de sus ojos, profundas, resecas, como añorando las lágrimas que ni siquiera lograba halar.

¿Qué fue de él en otros tiempos cuando las multitudes aclamaban sus intervenciones en escenarios llenos de la euforia de los 90’s? ¿Qué fue de aquel que en cada tarima entregaba el alma por la lucha que lo convertiría en el grito ávido de un pueblo sin voz?, del pueblo pueblo, ese que, tras décadas de maltrato y resistencia, se negaba a extinguirse en una mesada pensional sin el reconocimiento que es digno de un héroe de la patria.

  • ¡TUSFU, Todos una Sola Fuerza!
  • ¡Se puede, se puede, se puede!
  • ¡Vamos mis valientes, es posible liberarnos de un gobierno oligofrénico y voraz que nos somete y utiliza nuestros cuerpos como escudo ante los violentos!

Cuando nos enlistamos en las filas del glorioso Ejército Nacional, seguramente con tres pesos en el bolsillo y las alpargatas al cinto para que no se ensuciaran, llegamos llenos de fuerza, del vigor de los 20 y las ilusiones de respaldar un territorio que destilaba sangre.

Pero tal encrucijada nos aturdió al descubrir que éramos un número más, de esos que engordaba las estadísticas y hacía lucir como ejemplar a quien desde el lujo de una silla presidencial ejecutaba los más sangrientos planes de apoderamiento absoluto de los destinos de un pueblo inocente.

¿Y nosotros? ¿qué hay de nosotros?, los que a cuentagotas conformamos hogares que después dejábamos en centros poblados para ir, empuñando un fusil, a defender un Estado que nos ignoraba.

¡Es tiempo mis valientes!, es tiempo de soltar temores y despojarnos de una lealtad que, aunque difusa, siempre fue fiel e inamovible a una causa que era efímera y absurda.

¡Vamos, mis valientes! Vamos a unir nuestras fuerzas y salir avante en esta lucha de egos que enfrenta lo que otrora nos enorgullecía. ¡Caminemos juntos!

  • ¡Se puede, se puede, se puede!

Ese gigante de las guerras verbales y los ideales consignados en discursos inspiracionales, ahora se encogía en un dolor profundo que lo sacaba lentamente de un escenario de lucha y servicio que clamaba un líder.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, como dijo Neruda, pero me taladra el corazón esa tarde de domingo en la que, desde la eficiencia de una web, apartaba para el alba, un lugar en un pájaro alado, metálico, frío pero veloz, que me llevaría al inicio del fin de los días del gran héroe de multitudes.

Y yacía allí, desnudo, con sus entrañas expuestas, bajo los efectos de un profundo sedante que lo liberaba del dolor, pero lo sumía en el olvido, mutilado, con un tercio de su intestino cercenado y una malla que protegía los despojos que aún le permitían estar vivo. ¿Vivo? o atado a un delgado destino de muerte que ya se anunciaba desde el penetrante olor a tumba.

Aún después de aquella pesadilla, el gran héroe de multitudes se levantó, con esfuerzo irguió su pecho y de nuevo, ante su popular compañía de homólogos, entonó las notas del irrespetado símbolo patrio que hablaba de una gloria inmarcesible que nadie jamás conoció.

Y claro, vinieron más encuentros, aún menguado, reducido, minimizado, pero siempre lúcido y brillante, el héroe de multitudes elevaba su voz de trompeta, advirtiendo de un cambio que era necesario, pero solo si todos eran una sola fuerza.

  • ¡TUSFU, TUSFU, TUSFU!
  • Mis amigos, mis valientes, mis guerreros. Por décadas defendimos a sangre y fuego un ideal, por décadas perdimos nuestra identidad para apropiarnos de una doctrina que jamás cuestionamos, hasta ahora; y que desde una línea de mando nos indicaba que solo existía la obediencia para sobrevivir.

¡Este es el tiempo mis valientes! Es el tiempo para levantarnos, pero no en armas, como los violentos, sino en ideas, gestiones y defensa acérrima de nuestro futuro. El futuro de todos y de ninguno. Es el tiempo de tatuar en la memoria aquello que es indeleble para el alma, ¡la dignidad!

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, como dijo Neruda, aunque ya minaba en su interior un desastre anunciado, un enemigo oscuro que plasmaba en sus flacas pantorrillas el desierto que iniciaba sin un oasis para el héroe de multitudes que, incansable, se negaba a su cruda realidad. Esa que lo postraba lentamente, lo llevaba del amor al odio y de la pasión a la monotonía.

Ella, su amada, ya no lo deseaba, solo ejecutaba un plan de cuidado que mitigara de alguna manera el padecimiento mutuo que, aún sin expresarlo, los llevaba lentamente al sepulcro.

El héroe de multitudes se levanta una vez más, pero ahora lo hace para estrechar en entre sus manos el galardón de una sala plena, en la que muchos, que se hacían llamar “honorables”, decidían sin mesura qué o quiénes sobresalían en la sociedad, y, tuvo suerte, porque fue precisamente ese designio el que estampó en ese pergamino y en la brillantez de la medalla al pecho que lo catalogaba aquella mañana del 4 de abril de 2019, como el gran héroe de la patria. Ahora era reconocido por los hombres de leyes, pero a él le apetecía el grito embravecido del pueblo pueblo.

Cayó la noche y con ella llegaron los lamentos, gélidos, delirantes, insoportables voces que cargadas de dolor anunciaban que se rendía, se rendía el héroe de multitudes, se rendía ante un cuerpo casi inerte que le impedía defenderse, hacerse valer, resplandecer. Pero su mente, esa sí que estaba firme, desde la convicción del que sabe para que nació, para que vivió y para qué moriría, sin reparos, sin remordimientos.

Ella, otra ella, otra amada, la más amada, la verdadera y única amada, su mecenas, le esperaba desde el calor de un infierno lleno de personas que también la escuchaban liderar en un púlpito con ideales de victoria ante la ingenuidad de quien no lee, de quien no escudriña y no se esfuerza por crecer. Ella, la más amada, siempre estuvo ahí, de lejos, de cerca, de cuerpo presente, piel con piel, del alma, de la distancia, pero siempre ella.

Pero cuando el mortuorio vaticinio se acercaba, ella sabía que, a solo una palabra, aquel que pereció en la cruz y se levantó, podría traspasar los límites de la ciencia y restaurar el despojo de aquel héroe de multitudes.

Aquella mañana de 24, cuando rayaba el arrebol en la montaña, silenciosa, imponente, apacible y exuberante, la más amada, en vísperas de nochebuena, en un año cabalístico, el 2020, inmisericorde y cruel, que había arrasado con millones de habitantes de la tierra, escuchó en el silbido del viento que el héroe de multitudes la llamaba, clamaba su abrazo, clamaba la paz de sus frases y la blancura de su risa. Ella, la más amada, acudió al supremo, expandió sus brazos al infinito y como quien abraza una esperanza leve, alzó su voz:

  • Si te place, solo si te place, levántalo una vez más y para siempre. Pero, si te place, solo si te place, invítalo a la fiesta de tu hijo y permítele ser el orador, el motivador, el que, entre frases de victoria y gratitud, le cuente a la eternidad que existes.

No pasó mucho tiempo desde aquella somera, pero sentida declaratoria de autonomía divina, cuando se posó en su cabeza la más espesa, lúgubre y oscura, oscurísima nube, que en un acto disruptivo mezcló el paisaje claroscuro del campo y lo vistió por un momento, al medio día, de un velo de dolor, con un tinte de gratitud y lágrimas, de esas que lavan, que sanan, que liberan.

Estando juntos, él desde su espesa nube y ella, la más amada, sumergida entre las aguas espumosas que relajaban su cuerpo, se fundieron y se despidieron en una escena peliculera similar a las de Tarantino, una escena que, aunque efímera, fugaz e instantánea, se calcinó y dejó en negativo la fotografía que merecía ser ampliada cada cuando, cada vez, cada siempre.

Ella, la más amada, levantó su mirada, abrazó la nube y liberó un esbozo de sonrisa que, fundida con un gemido indecible, encerraba un gracias, un te amo, un hasta siempre.

Las banderas de TUSFU se replegaron, los ideales de un héroe de multitudes se consumieron en una hoguera de desánimo y ligereza que permitió que se extinguiera un legado, una lucha, una esperanza.

¡Ay de quienes creen que solo hay una vida! ¡Ay de quienes se conforman con un cuerpo en la tierra y una que otra aventura que contar! ¡Ay de quienes desde el lamento débil de un alma que se encuentra, asumen como propia la rutina de una vida sin pasión! Una vida sin causa, una vida sin metas, una vida sin vida.

El héroe de multitudes se inmortalizó en el corazón de la más amada y ahora solo es un leve recuerdo en el pueblo que lo trae en ocasiones, solo como ejemplo simple de buen escritor, buen defensor, buen orador, pero por, sobre todo, buen luchador.

Qué será de aquel héroe de multitudes que ahora atisba desde la lontananza cómo ese bastión de lucha se disuelve entre los intereses de populistas e individualistas que desconocen el alarido interno de quien sufre, quien clama, quien anhela que se levante un líder que no se deje vencer por el enemigo oscuro, del que no hay cura y cuyo nombre inicia con C… c de cruel, c de compungido, c de calamitoso, c de cabizbajo, c de… cáncer.

Hoy el héroe de multitudes es un recuerdo, por eso, para qué versos tristes cuando su lucha lo fue todo, lo es todo y lo será todo para ella, la única, la más amada.

Por: Amatista

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