Y ahí estaba yo, en medio de monte, barriales y olores desagradables, sin embargo, el panorama desértico me era familiar, yo había crecido en la finca de mis abuelos, y la sensación de soledad me hacía acoplar un poco al lugar que sería mi nuevo hogar.
Para ese entonces éramos tres, mis papás y yo, o bueno, eso creíamos, cuando la mañana de un jueves estaba ayudando a llevar un balde de tierra y escuché a unos metros las arcadas de mi mamá, estaba vomitando a cántaros y en medio de mi inocencia, sabía gracias a las telenovelas que veía mi abuela, que se trataba de un nuevo integrante, que habría que comprar una silla más para la mesa, pero más allá de eso, algo me inquietó bastante, no voy a negarlo, y fue pensar en que seguramente en unos años, tendría que compartir la mitad de la oreo que tiene cremita… no me equivoqué.
Alrededor de una semana duró la construcción, yo estaba muy pequeña, pero guardo en mis recuerdos las gotas de sudor que corrían por la frente de mi papá y algunos rostros familiares que nos ayudaron a clavar tablas y a entechar.
El comienzo de la historia.
Desde el 16 de julio del 2000 estas tierras coloradas que pertenecían a doña Aura Duarte empezaron a escribir historias que, 19 años después, en la esquina del barrio, con la cuchara en la mano para echarle ají a las mejores empanadas de la comuna 7, serían recordadas por algunos de los invasores que hacen parte de las 175 familias habitantes de esta legalización urbanística llamada ‘Villa Aura’’, su nombre alusivo a la dueña de los terrenos, Aura Duarte.
Pedí una empanada de carne y como es costumbre, acaparé el tarro de guacamole, esa mañana mi vecino, David Lizcano, se encontraba tomando un tinto, y el aroma penetrante llegó hasta mis fosas nasales, transportándome a aquellas mañanas de campo en donde el pan y el queso eran el menú sagrado y la armonía de los pajaritos a un compás de 2/4 acompañaba al viento frio que paseaba por esos lados.
Me senté junto a él, ese día lo noté tenso, desubicado, así que empecé a hacerle cualquier tipo de pregunta que se me ocurriera, hasta llegar al punto de:
-Don David y cómo hicieron entonces para quedarse con estas tierras?
-Pues vecina para esa época había un candidato político que no recuerdo el nombre, pero la cosa era que nosotros votábamos por él y la dueña de los terrenos que era doña Aura Duarte, nos dejaba esto y no ponía más pleito.
-Y si el candidato no ganaba?
-No, no pasaba nada, la vaina era dar el voto y ya, es más, me parece que el man no quedó
-Qué hizo doña Aura entonces? ¿Sin terrenos y sin político?
-Pues hasta donde sé el estado negoció con ella esos terrenos y ahí está eso en proceso
-Hace cuanto está eso en proceso?
-Jummmm! Como desde el 2000. Y alzando las cejas se quedó pensando quizá en aquellos días, y es que el momento lo ameritaba, así que aprovechando el desorden yo me transporté al 2004…
El viacrucis de los servicios públicos
En las mañanas mi mamá se levantaba a las 6 AM para traer agua de la única llave que había en el barrio, quedaba a unos metros de la casa, pero era agotador cargar con los baldes llenos, además era en una loma, yo la acompañaba de vez en cuando, en ocasiones demorábamos casi 1 hora haciendo fila, pues la repartición se hacía por turnos. Durante la espera que era a veces eterna, imaginaba todo el recorrido que hacia el agua para llegar a esa llave, cuántos kilómetros, cuántos tubos, cuánto tiempo, pero estaba ahí, ojalá las personas fueran como el agua…
Estaba buscando a mi hermano para halarle las orejas, hace un año conoció un deporte llamado stunt y desde entonces todas las noches se la pasa en su cicla, las calles de aquí son de tierra, sin embargo, eso no ha sido impedimento para que los niños y jóvenes salgan a cualquier hora del día a rodar las llantas. Incluso, mi hermano hace poco ganó un premio en una competencia realizada en el barrio 9 de abril, quedó de primer puesto y bueno, es un ejemplo de que aquí también hay sueños, metas, proyecciones, chicos apasionados y disciplinados por ramas deportivas y artísticas.
El año pasado en compañía de la comunidad y el Servicio Jesuita Refugiados (SJR) construyeron un gimnasio al aire libre, ese espacio antes era utilizado para vender droga y consumirla, para cometer hurtos y otras patrañas más, actualmente es el punto de encuentro de todos los chicos que viven en las invasiones cercanas, y ahí he sido testigo del tiempo que le dedican al ejercicio, a compartir experiencias, vivencias, a hablar sobre las niñas que los han flechado y sobre el profesor que es más ‘’bacano’’. Además, en ese mismo espacio, escuché la historia de la luz que llegaba con 200 metros de cableado, la traían desde El Progreso según me cuenta Felipe, un joven de 28 años que desde pequeño se ha dedicado a lo que su padre le ha enseñado, la electricidad.
Me contó que más o menos cuando tenía 11 años, estaba con su progenitor haciendo una conexión para la casa de doña Socorro, una viejita que vivía sola por estos lares y que no tenía quien le ayudara a conectar los cables, entonces para colaborarle ellos le hicieron el favor, sin embargo a Felipe casi le cuesta la vida, porque en una de esas casi queda pegado al poste, dice que sentía cosquillas por todo el cuerpo y que si su padre no lo hala, no estaría echando el cuento. ‘‘Mita eso fue un milagro de Dios porque yo ya me sentía más allá que acá’’ terminó diciendo.
Finalmente hace aproximadamente 18 años, con ayuda de un político que don David prefiere no mencionar, y con dinero de la venta de algunos lotes, lograron poner luz en todas las viviendas de Villa Aura, y me cuenta también doña Helena después de recordarme mis rabietas de niña pequeña, que para tener agua en todas las casas se conectaron del tubo madre que está debajo del puente de pozo 7, esa estructura le pertenece a la empresa Aguas de Barrancabermeja, y prácticamente le estábamos robando, pero desde el año 2013 por medio de gestiones realizadas por la Junta de Acción Comunal (JAC), la empresa de Aguas cambió tuberías e hizo todo el procedimiento necesario para tener agua potable en todas las casas, esta vez de forma legal. Adicionalmente el gas natural fue instalado este año mediante la gestión de la secretaria Laura Sandoval, y en la actualidad el 80% de las viviendas cuenta con este servicio, el otro 20% está en proceso de espera, pues las casas no están en las condiciones aptas para acceder a este servicio.
Desde este árbol observo cómo corre el agua, lleva el afán de un niño cuando quiere crecer para tener la valentía suficiente y decirle a la niña más linda del barrio que le gusta, que está loco por ella, que la piensa todos los días y que le compartiría su helado de galleta, pero es irónico, es irónico que a medida que vamos creciendo la cobardía y el miedo también lo van haciendo.
Hace unos años en este mismo árbol estaba sentado Raúl Jiménez, el amor eterno de Claudia Romero, quien llamó su atención silbando un vallenato viejo y al mismo tiempo le lanzó un beso indiscreto, Claudia no lo sabía, pero ese día, los árboles de mango serían testigos del inicio de una historia sempiterna.
Todo conocen el caño de Pozo 7, ese que observan desde el puente viejo a punto de caerse, el mismo que recibe las basuras de muchos barranqueños y al que después de las 12 de la noche todos temen gracias a la leyenda que cuentan los abuelos, 7 vagones de un tren cayeron ahí y desde entonces, aunque la búsqueda fue intensa nunca dieron con ellos, ‘’se los tragó el agua’’ dice mi abuelo…
El aspecto que tiene actualmente no permitiría creer que Claudia y Raúl se conocieron aquí, mientras compartían un domingo en familia comiendo carne asada y bailando las canciones que sonaban en la radio. Se enamoraron y construyeron su nidito de amor aquí, en Villa Aura, caminaron al son de la marcha nupcial y como dijo el cura: ‘’hasta que la muerte los separe’’, sin embargo, Claudia dice que ni la muerte pudo, y que cuenta los días para volver a verlo.
Y la curiosidad. ¿Quién es doña Aura?
Por otra parte ¿qué pasó con la dueña de las tierras que cuentan un sinfín de vivencias? Yo también quería saberlo, así que después de preguntarle a muchos vecinos, me dieron una aproximación a la que sería su casa. Llegué y nadie me daba razón, estaba resignada, pero a punto de coger el bus de regreso a casa decidí hacer el último intento, había un vigilante circulando por esos andenes, y cuando le pregunté si conocía a doña Aura Duarte, me dijo que, aunque no estaba seguro, había escuchado que a cinco casas de donde estábamos vivía la familia Duarte.
Llena de ilusión caminé ligero y toqué, toqué y volví a tocar, no salía nadie, pero de repente escuché una voz por la ventana del lado preguntándome a quién buscaba, le dije que a Doña Aura y extrañada quiso saber para qué, le expliqué entonces que tenía muchas dudas sobre el barrio en el que vivía y que necesitaba aclararlas pues hasta donde sabia, esos terrenos eran de ella. Con el ceño fruncido me dijo:
-¿Cómo? ¿acaso usted vive en pozo 7?
–Villa Aura, aclaré.
–No mamita, mi abuela está muy enferma, no puede recibir a nadie, mucho menos si es a hablar sobre esos terrenos, ustedes los invadieron, le robaron a ella lo que le pertenecía.
–Sí, usted tiene razón, pero hasta donde sé, el estado había llegado a un acuerdo económico con ella.
–No, eso es pura mentira, ella no ha recibido ni un solo peso de esas tierras, y es mejor que se vaya, porque mi abuela está en la habitación y si alcanza a escuchar algo sobre esos barrios se va a alterar enseguida, todo eso era de ella y ahora no tiene nada.
–Según lo que he escuchado ella había hablado también con los invasores de ese tiempo y el acuerdo era votar por un político a cambio de los lotes.
–La verdad no sé nada de eso, pero de igual forma todo eso lo poblaron y a nosotros no nos respondió nadie.
- Entiendo, y ¿ustedes tenían pensado construir algo ahí? ¿Cómo obtuvieron esos terrenos?
–Mi abuelo trabajaba en finca raíz y se compró eso, y no, él se murió y no teníamos pensado en construir nada ahí.
–Sabe cuánto le costó esas tierras?
–No, ni idea, me disculpo, pero tengo cosas que hacer, que Dios la bendiga.
–Gracias, amén. Y empuñando los labios me dio la espalda.
Para nadie debe ser fácil que le quiten lo suyo, sin embargo, toda esta tierra no se la lleva ninguno, y si bien es cierto que nada justifica apropiarse de cosas ajenas, también es cierto que estos terrenos albergan a más de 300 familias Barranqueñas, más allá del dinero, esa debería ser una ganancia para Doña Aura, amparar a tantas personas es lo que hará que la recuerden generación tras generación.
Villa Aura me vio crecer, me vio soñar, me vio reír, me vio luchar, aquí sigo escribiendo mi historia, la que en un futuro las nuevas generaciones tendrán la tarea investigar.
Por: Sandra Méndez Becerra.
Estudiante de Comunicación Social IV Semestre Unipaz.