Se dice que la ubicación de un cuerpo celeste en la inmensidad del universo solo es posible teniendo en cuenta la posición de los otros que le rodean. El Sol, la Luna, la Tierra, Marte, las galaxias… requieren de las y los otros para determinar su ubicación y ésta, contribuye a determinar su existencia en el espacio – tiempo.
Cuando escuché esto por primera vez me generó una profunda reflexión, porque si traemos ese principio a la existencia humana y al espacio social, también se cumple la misma regla, puesto que no existe izquierda sin derecha, creyentes sin ateos, heterosexuales sin Lgtbiq+, paraíso sin infierno, norte sin sur … Parece ser que hasta la identidad se define con relación al otro, tal vez esta sea una pista a la pregunta universal sobre la existencia. Si hay un principio en el espacio-tiempo que habitamos, es que los polos están obligados a coexistir y eso es una constante.
Lo que sí cambia es la actitud que se asume frente al otro. Recientemente la Comisión de la Verdad entregó su informe final y parte de los hallazgos nos dicen que los colombianos estamos en ‘modo guerra’, que el problema no es que haya conflicto, sino es que la forma como los resolvemos propone la ruta de eliminar al otro. Ese ‘enemigo interno’ que convive en mi barrio, ciudad o país, se propone eliminarlo, desplazarlo o silenciarlo. En ese sentido, no se busca trabajar con el otro que es diferente, sino trabajar contra el otro que es mi enemigo.
La idealización de una humanidad homogénea es modo guerra. Deberíamos aprender de los pescadores del Magdalena Medio cuando hablan del principio de sinonimia, el cual afirma que ‘nosotros somos el río y el río somos nosotros’. Ellos ni siquiera se ponen un punto por encima de los elementos naturales que los acompañan en este planeta, pues comprenden que coexisten en necesidad constante.
Pero el modo guerra toma vida en los discursos y opiniones, los cuales terminan justificando el accionar del gatillo contra quien piensa, dice o siente diferente. Solo por hacernos una idea de la magnitud de esta tragedia en Colombia, si los más de 9 millones de víctimas del conflicto armado hicieran una fila, unos tras otros, desde Punta Gallina (Guajira) hasta Leticia (Amazonas), se atravesaría el territorio nacional 22 veces y solo con los nombres de las víctimas se podría escribirían un libro de más de 300 mil páginas. Esto es escabroso.
Hay una responsabilidad grande de esta situación en la forma de hacer política. El debate de las ideas ha sido desplazado por pandillas que en la era de la imagen, extraen pequeños recortes de audios, palabras, situaciones, fotos o videos y los publican sin contexto para distraer y desplazar la atención en una parte del todo, con el propósito de atentar contra la dignidad, sesgar la postura, generar odios, reducir al otro ante la audiencia apelando a la emoción más que a la razón, bajo la justificación contundente ‘así es como funciona la política’. Esto, mezclado con la desigualdad y las grandes necesidades a las que se enfrentan los ciudadanos día a día son el universo perfecto para que las masas se exacerben y se enfrenten.
De las audiencias hay que decir que existe un deleite morboso en las ‘peinadas’ que se realizan en los debates, una actitud ‘carbonera’ ante la ofensa, un orgullo esquivo para exigir abordar los temas centrales, un interés particular que sigue primando sobre el interés general. Esto propone un gran trabajo en materia de educación para la vida en sociedad.
Ahora que se aproximan las elecciones locales, ahora que se habla de los diálogos regionales, muchos esperamos un debate serio y con argumentos, se espera que por lo menos en los discursos las necesidades de la gente no sean usadas para despertar un universo de emociones atacando al que dice y hace diferente, sino que se planteen y desarrollen acciones que solucionen problemas de fondo sin distinción de raza, partido, credo o lugar en el espacio colombiano; que los ciudadanos podamos concentrarnos en cómo construir colectivamente y no ubicarnos en trincheras a la espera de que el otro o la otra dé ‘papaya’, que desde el poder no se escuche tanto al ‘lagarto’ que se toma la representación de colectivos, sino a los colectivos que han sido opacados por los ‘lagartos’, en definitiva, que podamos tener regiones desarrolladas donde la gente por fin pueda tener esa vida querida.
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