Hoy en día vemos el mundo a través de las etiquetas que clasifican a las personas. Como la ropa, la dignidad humana tiene valores diferentes dependiendo de su color de piel, creencia, forma de pensar, estrato, capacidad, etc. No importa el país o la ciudad, la dignidad tiene diferentes precios, algunos son más caros que otros, algunos con más derechos que otros.
Para citar un ejemplo los invito hacer este ejercicio. Veamos las siguientes formas de presentar una noticia y reflexionemos sobre cómo al cambiar las etiquetas se logra también cambiar las reacciones:
- El mundo se indignó el pasado 25 de mayo cuando se difundió un video donde un policía asfixiaba con su rodilla a un hombre negro en Estados Unidos.
- El mundo se indignó… cuando se difundió un video donde un peruano asfixiaba con su rodilla a un francés …
- … cuando se difundió un video donde un mendigo asfixiaba con su rodilla a una monja…
- … donde un gordo asfixiaba con su rodilla a una travesti…
De este ejercicio se pueden sacar varias conclusiones. Lo primero que hace una persona al informarse es un juicio donde identifica un culpable de acuerdo a sus creencias y valores; entra a validar o invalidar acciones de acuerdo a la etiqueta asignada a cada actor. Es algo así como si hubiéramos creado un sistema de puntuación donde se otorga puntos a favor o en contra a cada participante del hecho, lo cual determina si requiere atención, quién tiene la razón, entre otras valoraciones.
Lo segundo, es que aunque lo que debería importar es en definitiva la acción de maltrato, en ocasiones y para muchos, poco importa el suceso sino la etiqueta que tienen los actores. La cosa es que tal vez la reacción sería diferente, si los medios dijeran:
- El mundo se indignó el pasado 25 de mayo cuando se difundió un video donde un ser humano asfixiaba con su rodilla a otro ser humano en Estados Unidos.
La dicotomía del “ser o no ser” ha sido la excusa perfecta para dividir, pelear, maltratar, juzgar y esparcir antivalores en la sociedad para beneficio de un sector económico o del poder que son los únicos que salen ganando de esta tontería humana.
Esto lo explica muy bien la – Crítica Ética al Capitalismo – planteada por Teresa Forcades al afirmar que el capitalismo plantea como valor central la libertad, en contra posición a otros modelos socioeconómicos como por ejemplo el socialista o el comunista donde es la solidaridad o la igualdad es el tema principal. La relación se puede plantear en que para algunos es mejor perder solidaridad e igualdad en favor de la libertad, y para otros es mejor perder libertad en favor de la igualdad y solidaridad.
La cosa es que aunque los modelos socioeconómicos están sustentados en estos valores, en la práctica no es así e introducen en los ciudadanos conceptos acomodados que se terminan asumiendo como verdades absolutas e incuestionables. Pero ¿cómo lo hacen?, aquí un ejemplo:
Tal vez usted es de los que usa la expresión “Mi libertad empieza donde termina la tuya”, una definición interesante porque pasa por el respeto del otro, sin embargo, define la libertad en rivalidad con el otro, porque si mi libertad debe expandirse la del otro debe contraerse. De ahí que sobre esta premisa, los colectivos humanos en condición de vulnerabilidad se ven afectados pues por razón de la expansión económica y de poder de un sector, sus derechos y dignidad se reducen en consecuencia. Un ejemplo de esto es lo que pasa en el Amazonas y la Guajira con los recursos naturales de los que dependen comunidades que han habitado estos territorios por miles de años, pero que están siendo desplazados por la industria extractiva.
La cosa fue que nos enseñaron esa definición, nos quedamos con ella y la asumimos en la práctica, olvidando que hay otras formas de interpretar la libertad como por ejemplo: “yo no seré libre hasta que otros no sean libres” que nos pone en el plano de la cooperación; u otra como “la libertad es siempre la libertad del que piensa distinto”. Existen muchas otras definiciones, pero lastimosamente nos quedamos con la que les favorece a un sector.
Te han hecho pensar que “el otro es el enemigo” y eso nos ha costado vidas, resentimientos y desarrollo. Quienes han caído en la trampa se les sale a cada rato en redes sociales el “Síndrome de la doctora Polo” y sacan su martillo para dictar “Caso cerrado” a muchas situaciones. Eso ha hecho que por ejemplo cambiáramos nuestra foto de perfil en Facebook por la bandera de Francia en el 2015 por el atentado de París, pero que habláramos bajito sobre lo que pasaba en Siria; que se generaran movilizaciones en contra de la supuesta ideología de género, pero no por el caso de la niña Yuliana Samboní que fue violada y asesinada; que se desborde la solidaridad con Falcao, pero que poco se diga de los líderes asesinados en nuestro país. En consecuencia la solidaridad se volvió exclusiva.
Por supuesto, mi solidaridad completa con los ciudadanos de Estados Unidos y su movilización contra la segregación racial, un problema que siempre ha estado ahí, que hoy resume tristemente un video. Pero mi solidaridad no puede ser selectiva. Mi solidaridad también con la comunidad LGBTIQ+, con los indígenas, con los que profesan alguna religión y que les ha traído persecución. Mi solidaridad no puede ser selectiva, porque no hay ciudadanos más dignos que otros, porque me estaría comportando como aquellos que permitieron la llegada al poder de Hitler, o como lo que responsabilizan a la mujeres si son violadas.
Esta es entonces una crítica ética a la justicia social selectiva, generada por un sistema económico que ha tergiversado el concepto de libertad y que manipula la emoción colectiva, clasifica, etiqueta y venden la dignidad de los humanos como productos en una despensa.
La invitación es a la reflexión. El mundo no avanza en torno a tus opiniones sino frente a la evidencia y está claro que somos selectivos a la hora de indignarnos dado los juicios que realizamos. De niño me aprendí una canción que aún retumba en mi mente por estos días “no te importe la raza ni el color de la piel, ama a todos como hermano y haz el bien”.