Hace 8 días exactamente, mientras servía al Estado como muchos en estos comicios del pasado domingo 13 de marzo corrientes como jurado de votación en las elecciones a Senado y Cámara de Representantes de Colombia, aproveché un espacio para tomar mi celular y mirar las noticias o novedades que ofrecían las redes sociales, entre ellas, Facebook. Mientras veía noticias, noticias y más noticias relacionadas con las votaciones que se presentaron en este año para que la ciudadanía tuviera la responsabilidad de conformar el nuevo Congreso de la República a través del voto, encontré una noticia que me dejó helado y que fue publicado por el hermano mayor, el ex alcalde de Neiva, Rodrigo Lara Sánchez: la muerte de Jorge Andrés Lara Restrepo. Debo confesar que la noticia me dejó anonadado, absorto, cualquiera de los sinónimos que ustedes quieran poner; pero por más símil que pueda definir el estado en que me encontré al leer esa noticia no creo que se vaya a encontrar.
Jorge Andrés Lara Restrepo, para darles un poco más de información, era el hijo menor del inmolado ex ministro de justicia, Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por órdenes del cartel de Medellín el 30 de abril de 1984 en Bogotá a las 7:30 pm a la altura de la calle 127 norte de la ciudad. A Jorge infortunadamente no lo alcancé a conocer en persona, pero las pocas veces que conversamos vía whatsapp me demostró cuán ser humano era y su corazón albergaba la calidad humana que jamás había visto en alguien. Me dio la oportunidad de conocer su postura frente a la política que se maneja en este país; su indignación frente a algunos partidos políticos que para él se pudrían por culpa de los miembros de las distintas colectividades; y un gran crítico de la sociedad que, al igual que los partidos políticos que hacen parte de este país y que se encarga por construir una mejor nación, son una sarta de insensibles que no tienen sentido de pertenencia por los que les pertenece: desde su propiedad privada hasta el sentido de la colectividad.
La última vez que conversamos me manifestó que estaba hastiado de esta guerra que Colombia ha vivido durante décadas; que estaba haciendo un proyecto ( como productor visual que era) para demostrar al país y al mundo entero sobre lo bello que es Colombia; que pese a los problemas que se presentan en el territorio, guardaba una esperanza de que el colombiano promedio tuviera un ingente corazón y que se ocuparía de construir un mejor país para aumentar la calidad de vida de quienes lo necesitan. Igualmente hablamos sobre su padre y le expresé mi profunda admiración sobre el inmolado político: le conté lo que había leído acerca de Rodrigo Lara Bonilla, y le manifesté, igualmente mi admiración por la ascendente carrera política que tuvo su padre sin necesidad de recurrir a los caminos de corrupción que muchos en su época, e incluso en la actualidad, acuden para llegar a obtener un mínimo poder. Siempre le hice saber que su padre en este tiempo anheló algo en vida que aún no se ha cumplido, pero que algún día se cumplirá: la paz en Colombia.
Ese legado que dejó su padre en sus hijos, Rodrigo, Jorge y Paulo sobre la paz resaltó mucho en el segundo de los hermanos, es decir, en Jorge. La voz de esperanza que emanaba en su tono cada que enviaba una nota de audio en la aplicación del whatsapp era la de un hombre que no se rendía ante las adversidades de la vida; una persona inteligente que tenía como herramientas una cámara, un cuaderno, un lápiz y su camioneta Jaimes (nombre que le dio a su vehículo en honor a uno de los escoltas que custodiaba a su padre en los años 80 cuando fungía como ministro de Justicia), eran suficientes para recorrer toda Colombia para dar charlas acerca de la paz, el perdón y la reconciliación que son elementos indispensables para que haya una Colombia en paz que tanto anhelaba.
Por último, en nuestras conversaciones le invité a Barrancabermeja para que fuéramos a almorzar un rico bocachico frito sudado y se deleitara con la gastronomía que caracteriza este bello distrito. Respondió que debía de venir a Barranca y que me aceptaba ese delicioso manjar. Infortunadamente la vida no lo permitió así y nos precedió en el tránsito hacia la eternidad el miércoles 10 de marzo de 2022.
Solo queda darle las gracias a Jorge por darme la confianza de haber tenido una comunicación, así sea pequeña, y darme a conocer sus puntos de vista críticos que seguramente ayudará a que Colombia alcance la paz que desde hace mucho tiempo clamamos desde las distintas partes de la nación. Mi sincera admiración. ¡Hasta luego, Jorge! Requiescat in pace.
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