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El oficio de un «limpiavidrios»: lo que no permite ver un parabrisas sucio

por Isadora Salcedo
El oficio de un “limpiavidrios”: lo que no permite ver un parabrisas sucio

En la carrera 28 con calle 50 está ubicada la oficina de Brayan. Un andén es su silla y su escritorio. Allí reposa su dinero y sus herramientas de trabajo mientras ve pasar el tráfico vehicular sobre una de las avenidas más importantes de la ciudad. Son las dos de la tarde, el celular marca 36º centígrados de temperatura en Barrancabermeja y la luz roja del semáforo le indica que es momento de volver a trabajar.

Se coloca su gorra, se levanta de la acera que hierve por el inclemente sol barranqueño, evidenciado en su rostro bañado de sudor, y agarra su ‘limpiavidrios’ artesanal: un tubo delgado que mide aproximadamente 50 centímetros de largo, hecho de lámina, con un extremo de espuma y el otro de caucho, y una botella plástica que tiene un pequeño agujero en su tapa para propulsar el líquido que mezcla agua y detergente.

Su técnica consiste en esparcir el líquido sobre el vidrio, luego con el lado de la espuma de su ‘limpiavidrios’ limpiar el cristal de derecha a izquierda y, finalmente, con el borde de caucho retirar el jabón en forma ondulada, pero, sin duda alguna, su toque secreto es la amabilidad. De los 12.523 automóviles registrados en la ciudad por la Dirección de Tránsito y Transporte de Barrancabermeja (DTTB), Brayan diariamente le limpia los vidrios, panorámico y trasero, a aproximadamente 20 y 50 carros por día.

1 minuto y 30 segundos es lo que demora en cambiar el semáforo de rojo a verde, tiempo que le alcanza a Brayan para limpiar los vidrios de tres carros. El dinero que usualmente recibe por conductor oscila entre $50 y $2.000 pesos, aunque comenta que “hay gente de ‘buen corazón’ que me ha dado hasta $5.000 y $10.000 pesos”.

El semáforo da luz verde, vuelve a su ‘escritorio’, se sienta y aprovecha esos 30 segundos para dividir el dinero ganado; aparta $4.000 pesos para comprar su comida y va guardando lo demás que se llevará para el sostenimiento de su hogar. En un día sin eventualidades, dependiendo del flujo de carros y de la solidaridad de los conductores, por lo general se gana entre $15.000 y $25.000 pesos. Cuando “peor” le va, sus ingresos mínimos son aproximadamente $12.000 y, en sus mejores días, logra embolsarse hasta $40.000.

Me siento a su lado y me cuenta que para ganarse el sustento diario “he tenido que aguantarme a algunos conductores que me tiran el carro y otros que me echan el agua caliente del dispensador del limpiaparabrisas en la cara, todo esto sumado a menosprecios e insultos; incluso, he sido llevado a estaciones de la Policía por quejas de personas diciendo que los ‘limpiavidrios’ somos cansones y atrevidos”.

A Brayan le toca trabajar una doble jornada extensa para ganarse lo de “la papita”. No tiene horario fijo, él es su propio jefe. Su rutina diaria transcurre entre las diez de la mañana y las seis de la tarde, y, en ocasiones, entre las ocho y las cinco, dependiendo del clima. “A veces el sol sale tan ardiente que me ahuyenta, pero le agradezco porque en los días lluviosos me toca pensar cómo rebuscármela con otra actividad”, afirma.

Este joven barranqueño todos los días se arrepiente de haber abandonado el estudio por lo duro que le ha tocado vivir y lo que ha tenido que aguantar en este oficio. Sin embargo, pese a todas las adversidades, todavía sigue en pie con su tubo y su botella plástica, con una sonrisa en su rostro e impulsado por una vida llena de sueños. Miguelito, su hijo, es su mayor motivación; por él, trabaja, se esfuerza cada día y desea continuar su formación académica para ser un gran ingeniero mecánico, de telecomunicaciones o civil.

*Los nombres fueron cambiados para proteger su identidad e integridad.

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