Si realmente me conocieran, sabrían que mi intención no es desahogarme en la banalidad y en el delirio, sino anular esa insoportable película, que se recrea en mi mente desde hace más de 25 años.
Se trata de una extensa y dolorosa escena, que proyecta cada segundo de esa semana eterna, que finiquitó un primero de mayo cómo hoy.
Confieso, que no fue fácil haber visto a mi primer súper héroe: DON ELÍAS ZORRO, sufrir, y perder su vida rodeado de cables, aparatos y diagnósticos. Mi infante compresión y mi defensa imaginaria, optaron por asumir que esas trajinadas y blancas batas, eran el dulce pronóstico de su llegada a un mejor y celestial destino.
Señor ZORRO, gracias por haber dado la pelea hasta el final y apretar mi pequeña e indefensa mano, en esa camilla, fría camilla, mientras lo rodeaban los insoportables cables; esos que limitaban sus poderosos deseos de amor, grandeza y libertad.
Me queda para siempre su más valiosa enseñanza: se muere hoy, pero sólo se vive para la eternidad, cuando obramos bien, practicamos la justicia -social-, vivimos el amor y morimos con las botas puestas.
Con profundo amor y admiración, desde el más acá, su más fiel pupilo: Elías Zorro Manrique.
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